Audiolibro La habitación de las lágrimas

Con el semblante pálido, reflejo del dolor del parto, Eva acariciaba su bebé mientras este succionaba la leche de sus pechos con energía. A ella le molestaba, pero no le importaba. Siempre se veía en su rostro una felicidad especial, a pesar de los sufrimientos vividos. Era plenamente consciente de que la delgada línea entre la agonía y la satisfacción se había disuelto, dejando paso a la maravilla que tenía en sus brazos. Su cabello lacio y dorado se deslizaba sobre sus hombros y llegaba hasta su cintura, descansando en su espalda. Sus ojos azules y profundos no se desviaban hacia ningún objeto externo ni visitante, sino que se enfocaban fijamente en las diminutas manos del bebé que aferraban las suyas con una fuerza extremadamente tierna. Su rostro parecía de porcelana, reflejo de los primaveras venideras; la satisfacción dibujada con nitidez relucía sobre su felicidad. Ser madre fue el deseo más grande de Eva.